Acné y Rosácea

La rosácea es un trastorno de origen desconocido que afecta especialmente a los adultos jóvenes de piel clara y puede tener un importante impacto estético y psicológico porque normalmente se localiza en el rostro. De hecho, los afectados suelen sufrir ansiedad y, en ocasiones, trastornos de la conducta al sentirse avergonzados por este problema.

Es una dermatosis crónica de alta incidencia en la población. Se presenta entre la tercera y quinta décadas de la vida y alcanza su máxima intensidad entre los 40 y 50 años, siendo un poco más frecuente en mujeres de piel clara.

Su etiología es desconocida pero se han implicado múltiples factores como alteraciones vasculares, una predisposición genética, la presencia de una infección del folículo pilosebáceo por el parásito Demodex folliculorum, el uso de corticoides tópicos u orales, factores psicológicos, la exposición solar y, según algunos autores, el Helicobacter Pilory.

Se localiza principalmente en la cara, donde afecta principalmente las mejillas, el mentón y la frente. Se distinguen cuatro estadio clínicos consecutivos: flushing, eritema persistente, pápulo-pústulas y rinofima, con reagudizaciones y períodos de remisión o mejoría.

La fase de flushing suele iniciarse entre los 25 y 30 años y se caracteriza por crisis de rubor facial súbito, por vasodilatación, que se desencadena por el calor ambiental, las bebidas alcohólicas, las bebidas y comidas calientes, las especias, el café, el té y el estrés.

En la segunda fase el eritema se hace permanente y aparecen telangiectasias en las mejillas y el mentón como consecuencia de la vasodilatación repetida.

A partir de los 40 años suele iniciarse la tercera fase, cuando aparecen pápulas inflamatorias y pústulas, indistinguibles de las del acné, sobre una base con eritema y telangiectasias. La cuarta fase ocurre casi exclusivamente en varones y se caracteriza por el desarrollo de fibrosis e hiperplasia de las glándulas sebáceas de la nariz que clínicamente se traduce en forma de una nariz roja, abollonada con dilatación de los orificios foliculares denominada rinofima.

Se diferencia del acné de inicio tardío en que no se detectan comedones y las lesiones no dejan cicatrices.

La enfermedad sigue un curso crónico con brotes agudos. Es importante destacar la posibilidad de una afectación oftálmica ya que puede presentar complicaciones en forma de blefaritis, conjuntivitis y queratitis. Otra complicación, que aparece exclusivamente en varones, es el desarrollo de un rinofima, más probable si no instauramos tratamiento.

A pesar de que suele afectar más a las mujeres, la rosácea tiende a ser más grave en los hombres.

Aunque aparece entre los 30 y 40 años, el punto álgido de la enfermedad se sitúa entre los 40 y los 50 años.

Entre los síntomas de la rosácea se encuentran el eritema, las rojeces persistentes, los vasos sanguíneos dilatados o la aparición de pápulas y pústulas en la zona central del rostro. Además, en los estadios avanzados de la enfermedad, puede producirse un hinchazón en la nariz u otras zonas del rostro, debido a la hiperplasia de las glándulas (i) sebáceas.

La rosácea es una enfermedad cutánea crónica, pero es posible llegar a controlarla gracias al tratamiento médico y a unos cambios en el estilo de vida.

Dependiendo de la gravedad de los síntomas clínicos, los dermatólogos recomiendan un tratamiento personalizado. Otro de los elementos importantes para controlar la rosácea es identificar y evitar los factores desencadenantes (factores que causan eritema o brotes de las lesiones cutáneas). Algunos de estos factores más conocidos son la exposición a la radiación UV, las condiciones climatológicas extremas, el consumo de alcohol, la comida picante o las bebidas calientes.

Para minimizar el impacto dañino de los factores que inducen con mayor frecuencia a la rosácea se recomienda una protección constante frente a la radiación UV (por ejemplo mediante la aplicación sistemática de productos de protección solar con filtros anti-UV altamente eficaces), permanecer en habitaciones frescas cuando en el exterior haga calor, llevar ropa protectora como sombreros de ala ancha o bufandas en caso de exposición a condiciones climatológicas extremas, reducir el consumo de bebidas calientes y comidas picantes.

La piel es muy sensible frente a las irritaciones, por tanto, se deben utilizar sólo productos suaves para el cuidado de la piel. Establecer un régimen diario adecuado para el cuidado de la piel puede ayudar a controlar las rojeces. El tratamiento facial deberá empezar con la limpieza del rostro con un producto limpiador suave sin jabón, con el fin de reducir posibles efectos irritantes. El agua deberá estar tibia. También es importante mantener la piel del rostro hidratada con un producto hidratante no comedogénico, con un FPS de 15 o más para protegerla frente a las enfermedades inducidas por los rayos UV. Además, algunos productos contienen pigmentos verdes para contrarrestar de forma inmediata el aspecto rojizo del rostro.